En reciente artículo, Anatole Kaletsky analiza algunas consecuencias previsibles de la agenda política potencial del próximo gobierno norteamericano. Empieza por lo más favorable: durante los próximos años la economía crecerá a un ritmo mayor al registrado durante la segunda administración del presidente Barack Obama, cuando los ‘instintos animales’ estaban dormidos. Aunque en teoría los republicanos son críticos severos del keynesianismo –latente en los demócratas desde el gobierno de F. D. Roosevelt–, cuando les ha tocado ejercer el poder a partir de los ochenta lo han rebautizado como supply-side economics para justificar así déficits reactivadores. Un riesgo obvio, teniendo en cuenta el bajo desempleo existente, es un eventual recalentamiento de la economía con sus efectos en la inflación y en las tasas de interés, pero el periodista inglés pronostica que tales efectos recién se sentirían a partir de 2018.
También, con mayoría en ambas cámaras del Congreso, resulta casi segura la pronta aprobación de importantes reformas tributarias proempresariales, incluida una amnistía para la repatriación de utilidades y capitales de paraísos fiscales, así como desregulaciones de todo tipo. Las del sistema financiero probablemente ampliarán el endeudamiento y contribuirán a mayores gastos y crecimiento.
De otro lado, por primera vez en décadas, EE.UU. tendrá un presidente que visualiza el comercio internacional como un juego en que unos ganan y otros pierden. Su libro ‘The Art of the Deal’ revela que, en su gobierno, Donald Trump va a optar por practicar una Realpolitik transaccional. Sorprendentemente, en el corto plazo, ello podría contribuir a una sensación de mayor estabilidad geopolítica. EE.UU. podría cederle a Rusia el protagonismo en Ucrania y Siria, a cambio de no intervenir en Europa Central ni en los países bálticos. Cuidando el cumplimiento de sus acuerdos con Japón y Taiwan, el nuevo gobierno de EE.UU. podría aceptar tácitamente la dominación de China en Asia. Y aunque el Oriente Medio seguirá tan agitado como en el pasado reciente, es casi seguro que el presidente Trump descartará los esfuerzos de promoción de reformas políticas democráticas y pondrá pocos reparos a un diálogo cordial con dictaduras firmes, al margen de su respeto por los derechos humanos.
El gobierno de EE.UU. abandonará los conceptos de mercados abiertos, libre comercio y globalización como columnas esenciales de su plataforma de liderazgo global. Es complejo predecir el impacto que esto tendrá en el mundo, pero va a afectar a las economías emergentes y multinacionales cuyas políticas de desarrollo y estrategias empresariales asumían un creciente libre flujo de bienes y capitales.
En el mediano plazo, los estímulos fiscales y desregulatorios internos tendrían un impacto en la inflación y en las tasas de interés. Si a ello se agregaran medidas arancelarias proteccionistas y se deportara a inmigrantes cuya mano de obra barata resulta productiva, el impacto en los precios podría resultar dramático. El aumento consecuente en las tasas de interés podría fortalecer el dólar y afectar a aquellos países y empresas endeudados en esa moneda.
El nuevo gobierno puede resultar especialmente adverso para Europa. Si además del brexit inglés se acentuaran las corrientes populistas y nacionalistas en otros países, ello podría desencadenar una severa crisis del euro y el colapso de la Unión Europea.