Aún lúcido a sus 91 años, el exsecretario de Estado norteamericano (de origen judío-alemán) bosqueja, en el WSJ, su punto de vista respecto de los desafíos que los acontecimientos recientes –la guerra civil en Libia, el surgimiento del califato fundamentalista islámico en Siria e Irak, la parálisis en Afganistán, el resurgimiento de las tensiones con Rusia por Ucrania y el liderazgo emergente chino– presentan a la política exterior de EEUU.
Aunque sin la hegemonía de los 90, EEUU sigue siendo la primera potencia del planeta. Y la búsqueda de un orden mundial constituye una idea que emerge en Europa a partir de 1815. Para que EEUU siga cumpliendo un rol activo en ese objetivo, Kissinger plantea que debe primero responderse a seis preguntas con las que concluye su ensayo:
- ¿Qué debería EEUU intentar prevenir a cualquier costo, incluso actuando unilateralmente si fuera necesario?
- ¿Qué debería EEUU intentar alcanzar, al margen también de cualquier esfuerzo multilateral?
- ¿Qué debería EEUU intentar lograr o impedir, pero sólo si contara para ello con el apoyo de una alianza internacional?
- ¿Qué debería EEUU oponerse a hacer, incluso si esa acción fuese requerida por una alianza internacional?
- ¿Cuál es la naturaleza de los valores que EEUU desea promover a escala global?
- ¿En qué medida la aplicación de estos valores obedece a circunstancias que son ajenas al control de EEUU?
Los europeos, más realistas en política exterior, consideran más naturales los enfrentamientos entre estados-nación y buscan encauzarlos a través de instituciones y protocolos que los resuelvan pacíficamente. Algunos norteamericanos, más idealistas, postularon erróneamente que bastaba la extensión de la libertad y de la democracia para lograr un mundo más pacífico y ordenado. No ha sido así. Tales principios, supuestamente universales, deben reconciliarse con el reconocimiento del otro, de sus visiones alternativas históricas, culturales y de seguridad.