Cuando asesinaron a John F. Kennedy, el 22 de noviembre de 1963, el expresidente de EEUU iba camino a ofrecer un discurso en la Cámara de Comercio de Dallas, cuyo texto escrito revisó durante el vuelo desde Washington la misma mañana y que fuera luego difundido. Por encargo del Times de Londres, y usando la tecnología más reciente en síntesis vocal, la empresa CereProc ha logrado recrear un registro oral del mismo, como si JFK lo hubiese efectivamente pronunciado. Para ello revisaron 116,777 muestras de su voz, de las cuales se registraron 831 grabaciones de 0.4 segundos cada una para concretar, a partir de ellas, esa ilusión.
Cualquiera con la edad como para recordar la cadencia de su retórica bostoniana podría, si lo oyera, confundirlo con un discurso real. Con su fraseo elegante, el texto tiene incluso actualidad contemporánea: “En un mundo de continuos y complejos problemas, cargado de frustraciones y de ira, el liderazgo de nuestro país debe estar siempre guiado por las luces del entendimiento y de la razón. Porque, en caso contrario, quienes confunden la realidad con la retórica, y lo plausible con lo posible, ganarán apoyo popular para propuestas fáciles y simplistas”.
Dicha recreación conmemorativa no deja de tener su matiz oscuro. Y es que, en muy poco tiempo, a la gran mayoría de los ciudadanos les va a hacer muy difícil distinguir entre lo inventado y lo real. La innovación suele verse como un esfuerzo moralmente neutro y, gracias a ella, científicos e ingenieros descubren cosas que permiten salvar vidas y ahorrar esfuerzo. Pero no resulta claro a quién le corresponde la responsabilidad por los usos perversos que puedan dársele a los descubrimientos. No es una inquietud nueva. La física nuclear permitió, a la vez, una nueva fuente de energía y construir bombas devastadoras. Lo que resulta sí inédito es la democratización en el acceso a la tecnología avanzada en este campo. Con una simple computadora cualquiera podría hoy, con fines subalternos o criminales, distorsionar información y usarla como un arma poderosa. Hasta hace poco, el photoshop y la manipulación digital eran detectables. Ya no lo son. Cuenta David Shariatmadari en The Guardian acerca de un programa desarrollado en la Universidad de Stanford que permite poner palabras no pronunciadas en la boca de cualquier político. Pronto a cualquier celebridad va a poder inventársele un video pornográfico.
¿Cómo creerle entonces a cualquier personaje público cuando acuse que la supuesta grabación que de él se divulga no es real? ¿Cómo se desarrollarán las campañas políticas cuando miles de votantes tengan el poder para sembrar falsedades virtuales? ¿Cómo podrán combatirse los mensajes alarmistas y falsos sobre temas claves, como los de salud pública, por ejemplo? La incapacidad para distinguir entre lo creíble y lo manipulado de lo que las personas ven y oyen para informarse provocaría el que éstas se aíslen más, dejando así el manejo de la escena pública a los que ya la dominan o a los inescrupulosos.
Un apocalipsis informativo de esta naturaleza empieza a ser visto como una amenaza real. Y no es fácil identificar cómo se podría contrarrestar adecuadamente. Tal vez el ser humano logre desarrollar un sexto sentido que le permita distinguir entre lo auténtico y lo falseado. Pero no hay garantía de ello. Y la sociedad puede cambiar de maneras insospechadas como consecuencia. Así, la contaminación del ecosistema informativo podría provocar una crisis existencial para la democracia.