El World Economic Forum, cuya cita anual tuvo lugar en Davos el mes pasado, se fundó en 1974 y ha resultado innovador y exitoso en el esfuerzo por convocar a una élite mundial, así como para plantear consensos básicos sobre algunos temas claves de la agenda global. Su fundador, Klaus Schwab, un ingeniero y economista alemán, es una de las personas mejor conectadas del planeta. Recientemente publicó un libro titulado: The Fourth Industrial Revolution.
Para no confundirla con las anteriores, vale la precisión de que las tres primeras, para el autor, son: 1) la transformación que, a finales del siglo XVIII, se dio en el transporte y la producción mecánica; 2) la introducción, a fines del siglo XIX, de la producción en masa; y 3) la aparición de las computadoras, a partir de 1960.
La inteligencia artificial, la robótica, la Internet de las cosas, los vehículos sin conductor, la impresión 3D, la biotecnología, el dinero digital; todas ellas serían las tecnologías de esta cuarta revolución.
¿En qué difiere de aquéllas esta nueva revolución digital? Para Schwab, lo nuevo resulta de la escala, la velocidad, y lo masivo y disruptivo del impacto de estas nuevas tecnologías: “los cambios serán tan profundos que nunca hemos vivido, históricamente, una época más prometedora o más peligrosa”.
Los riesgos principales, para el autor, son la desigual distribución de los beneficios de estos avances tecnológicos en el marco de una sustitución acelerada de empleos; la erosión significativa registrada en la eficacia de la gobernanza global; un uso potencialmente abusivo de la robótica, la ingeniería genética y las armas cibernéticas; y la disrupción de muchas industrias.
Estas nuevas tecnologías afectan en simultáneo a la oferta y la demanda de muchas actividades productivas, y ocasionan que el control de la principal plataforma convocadora de consumidores resulte más rentable que la propiedad de los activos productivos. Resalta, por ejemplo, que Uber, la empresa de taxis más grande del mundo, carece de vehículos; Facebook, la empresa de medios más popular, no tiene contenidos propios; Alibaba, la tienda de mayor valor patrimonial registrado, no cuenta con inventarios; y Airbnb, la mayor proveedora de alojamiento en el mundo, no es dueña de lo que ofrece.
En el contexto de este proceso schumpeteriano de creación destructiva, Schwab afirma que la vida promedio de las empresas listadas en el índice S&P se ha reducido de 60 a 18 años. Por ello, advierte a las empresas de la necesidad de adaptarse a esta cuarta revolución para no ser arrasadas por sus efectos. En tal sentido, resulta fundamental innovar y renovar las estructuras de organización en busca de redes colaborativas que sean más horizontales.
Las oportunidades de esta cuarta revolución también son inmensas: casi toda la población tendrá acceso a redes digitales globales, cada vez más sofisticadas y potentes; las organizaciones podrán aumentar significativamente su eficiencia, la población podrá tener acceso a medicinas personalizadas. Incluso podría encontrarse una solución tecnológica al cambio climático.
Si bien el autor reconoce el riesgo de robotizar al ser humano, también cree que, si la transformación se manejara adecuadamente, podría servir de catalizador para un renacimiento cultural, así como para el surgimiento de una nueva civilización global con “una renovada conciencia colectiva y moral de su sentido de destino común”. Palabras mayores