Sir Jonathan Sacks, quien ha sido el rabino principal del Reino Unido, acaba de publicar un libro titulado Not in God’s Name: Confronting Religious Violence, cuya lectura resulta pertinente en el contexto de los asesinatos últimos en París.
En Occidente -comenta David Brooks en el NYT- muchos ven a ISIS como el rebrote de un tumor medieval maligno que hay que extirpar. En el siglo pasado, la peor violencia política fue causada por movimientos seculares: el nazismo y el comunismo. En el actual, han aparecido contrarrevoluciones en Medio Oriente -aunque también en África y Asia- que constituyen una combinación siniestra de religión con política para intentar restaurar un califato. Para escoger un mes cualquiera, en noviembre del 2014, hubo más de 600 ataques yihadistas en 14 países, en los cuales murieron más de 5,000 personas. Este siglo, contrariamente a lo que usualmente se cree, puede resultar uno con mayor presencia religiosa, hasta por una simple razón demográfica: las familias seculares tienen menos hijos.
Recuerda Sacks que los personajes del Antiguo Testamento son de una moral compleja: hasta los mejores tienen defectos; los peores, algunas virtudes. La violencia en el nombre de Dios recién se inicia cuando arbitrariamente se plantea una división insalvable entre santos y pecadores, hijos de Dios e infieles, puros y condenados.
Van a requerirse de armas militares para derrotar a los fanáticos de ISIS, pero también de ideas imaginativas para ganar una paz que sea duradera. Se precisará formular algún tipo de Teología de la Otredad que sea plural y que ayude a descubrir a Dios en la cara del ajeno. Las grandes religiones se basan en el amor. Pero éste es, por su naturaleza, problemático; está siempre sujeto a las preferencias y a los celos. Al lado de la ética del amor, es necesario afirmar -recuerda Sacks- una ética de la justicia, que es un valor más impersonal y desapasionado. Es la justicia la que obliga al necesario respeto por el otro.