La tecnología permite la paulatina sustitución de diversas profesiones liberales, para preocupación de muchos ¿puede o debe evitarse?
Las denominadas profesiones liberales –medicina, abogacía, arquitectura, contabilidad, etc.– se constituyeron para contribuir a resolver problemas de personas que no tenían el conocimiento o el tiempo para enfrentarlos por su cuenta. Su ejercicio ético resultó un elemento esencial y estabilizador de toda sociedad moderna. Pero más recientemente el desarrollo tecnológico viene habilitando un conjunto creciente de sistemas y máquinas que puede contribuir a superar problemas de este tipo, sin que sea imprescindible ya la participación directa de algún profesional con estudios especializados. Uno revisa páginas web como LegalZoom.com y se pregunta cuándo un servicio así podría reemplazar a un estudio tradicional de abogados.
En su libro The future of the professions, Daniel y Richard Susskind (padre, don en Oxford; hijo consultor) identifican dos escenarios posibles: o bien una versión más eficaz y tecnificada de los bufetes de profesionales de hoy; o la sustitución virtual de las profesiones mismas. Y los autores pronostican que estos dos escenarios coexistirán por un tiempo pero en el mediano plazo el segundo podría predominar. ¿Sería conveniente promover o resistir ese cambio?
Los autores se refieren a algunos prejuicios en este debate. Uno primero es asumir que resulta imposible descomponer el trabajo profesional en tareas factibles de ser computarizadas, que esa labor es demasiado compleja como para que una máquina la pueda sustituir bien. Esto puede ser cierto en el caso de las eminencias en cada disciplina, pero no en el de los profesionales promedio.
También suele caerse en el error de demandar de las máquinas una exactitud que los humanos no proveen. En la Universidad de California en San Francisco, por ejemplo, se ha instalado un robot farmacéutico que a la fecha ha preparado seis millones de recetas y se ha equivocado una sola vez. Un escéptico podría argumentar que incluso un error resulta inaceptable. Pero los farmacéuticos humanos suelen equivocarse en el 1% de las recetas, lo que implicaría 60,000 errores humanos contra uno robótico.
Algunos de los resistentes al cambio también ponen su atención en lo que implica la pérdida de una interacción empática cara a cara. Pero habría que preguntar a los 10 millones de estudiantes que visitan al mes el Khan Academy si efectivamente extrañan la interacción con un instructor. Y los visitantes mensuales de WebMD suman 190 millones, un número mayor que el de consultas médicas en EEUU.
La razón última de las profesiones liberales no es necesariamente ofrecer una interacción personal, por valiosa que ésta pueda ser, sino ayudar a las personas a resolver problemas que no pueden resolver por sí solas. En el siglo XX, la mejor manera de hacerlo era interacción cara a cara con especialistas. Pero en el siglo XXI se vienen identificando maneras más efectivas y baratas de lograr un mejor cuidado de la salud, cumplimiento de la ley, o registro de costos. Ello por cierto no resolverá todos los problemas médicos o los desacuerdos legales y tributarios, pero sí puede transformar la manera como la mayor parte de estos problemas se resuelva, y lograr una mejor distribución del conocimiento especializado entre toda la población. Por ejemplo, cada año, sin la ayuda de abogados, eBay resuelve 60 millones de desacuerdos entre sus clientes con un algoritmo digital; el triple de los juicios ventilados en todo el sistema judicial americano en el mismo lapso. ■
EN SUMA Los robots pueden sustituir a los profesionales promedio (no a las eminencias), se equivocan menos que los humanos y, aunque carecen de empatía, cumplen la función esencial de las profesiones: solucionar problemas.