Con respecto a hace treinta años, los aeropuertos han mejorado pero la comodidad de los vuelos entre ellos puede haber disminuido. La causa de esta paradoja –plantea Matthew Yglesias en Slate– fue la desregulación y la privatización iniciadas por los gobiernos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan en los 80’s. Hasta entonces, las tarifas aéreas eran fijadas por burocracias no muy preocupadas por la eficiencia, pero sí sensibles a las demandas de los sindicatos de trabajadores aéreos y preocupadas de que alguna aerolínea pudiera eventualmente quebrar. Con los mismos precios para cada ruta, las mejores aerolíneas competían en función de la calidad de los servicios que prestaban. A los sindicatos, por su lado, les atraía la mayor regulación porque ello les permitía incorporar más personal. En algunas rutas, los aviones eran obligados a volar incluso con poca demanda. Los aeropuertos, por su parte, eran estatales y vistos sólo como terminales de los que decolaban y aterrizaban aviones.
La desregulación permitió una mayor competencia, una diferenciación de tarifas y promociones, la optimización de costos y del personal excedente de las aerolíneas, la racionalización de la programación de los vuelos. El precio de los pasajes disminuyó, pero la competencia por precios indujo a un sacrificio en la comodidad del servicio.
Al privatizarse, los aeropuertos empezaron a verse como malls gigantes, donde personas con buena capacidad de gasto se veían obligadas a esperar. Incluso, al optimizar la programación de los vuelos para reducir los costos, las interconexiones pueden haber ampliado el tiempo de espera, lo que permitió un mayor gasto diverso en los aeropuertos.
Así, los aeropuertos aumentaron su inversión en servicios de calidad para que sus usuarios aumentaran su consumo. En el Jorge Chávez, por ejemplo, ya puede escogerse entre diversas tiendas y restaurants que ofrecen productos y servicios del mismo tipo.