La Biblia ofrece una respuesta mantra: el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios. La teoría de la evolución, sin embargo, ha planteado diversas inquietudes. Stephen Cave, en el Financial Times, describe el debate que viene dándose entre los expertos.
Hay científicos que plantean que las diferencias entre el ser humano y otros animales son escasas. Henry Gee, en su obra The Accidental Species, polemiza: “no hay nada especial en el humano, como tampoco lo hay en ser un cuyo un geranio”. Sólo nos creemos excepcionales -afirma Gee- porque asumimos que somos la cumbre de la evolución. El biólogo Marc Bekoff -autor de Why Dogs Hump and Bees Get Depressed – no cree que seamos la única especie con razón, emoción, conciencia o moralidad y, más bien, considera que lo que separa a los humanos de los demás animales es que “somos los únicos que cocinan su comida y la especie más destructiva de su propia especie, así como de las demás”.
En The Gap: The Science of What Separates Us from Other Animals, Thomas Suddendorf se refiere a la capacidad especial del humano para pensar en el tiempo, el pasado y el futuro; a su capacidad para imaginar lo que otros piensan; a la inteligencia, cultura y moralidad.
Michael Tomasello, autor de A Natural History of Human Thinking, centra la base de la excepcionalidad humana en una sola idea: su capacidad para la cooperación. De ella se generarían las demás cualidades humanas identificadas por Suddendorf. Relata algunos ejemplos sugerentes. Si adulto y niño se esfuerzan en conjunto para obtener un juguete y el adulto deja abruptamente la tarea, el niño busca siempre recuperar el interés del adulto en el objetivo común. Los bebés chimpancés, en cambio, siguen solos. Y si a parejas de niños de tres años que en conjunto buscan un premio, se ofreciera éste a uno solo de cada par, es común que lo rechace y se mantenga en la búsqueda compartida. Los chimpancés lo reciben y abandonan la interacción.