El ágora ateniense inventó la democracia -el gobierno de los más para Aristóteles- en un sistema que toleraba la esclavitud y limitaba la ciudadanía. Luego fue reemplazada por imperios y el gobierno de uno o de pocos. Debieron pasar más de mil años para que la declaración de la independencia de EEUU y la Revolución francesa marcaran el relanzamiento de la república -del gobierno por la ley, no según la voluntad de quien manda- y de la democracia.
Una democracia requiere de un balance entre el gobierno de las mayorías y la defensa de los derechos de las minorías. Para ello, se requiere tanto de instituciones representativas -partidos políticos, parlamentos, sistemas electorales- que permitan convertir las preferencias populares en políticas y acción pública como de instituciones de contención -sistema judicial independiente, prensa libre, banco central autónomo- que garanticen los derechos fundamentales: la propiedad, la libertad de expresión, y que también prevengan el abuso gubernamental. La representación sin contención -elecciones sin imperio de la ley- termina siendo sólo una tiranía de las mayorías.
Requisito para lograr una democracia liberal ha sido la consolidación del estado-nación, así como una transformación moderna con la correspondiente urbanización y alfabetización, el educar al Soberano de Sarmiento. En el Perú aún faltan instituciones adecuadas, tanto de representación como de contención.
En reciente artículo, Dani Rodrik, profesor de Princeton, señala una paradoja: como nunca antes más sociedades se declaran democracias; pero, en simultáneo, se ha registrado una sensación de crisis en el funcionamiento político de democracias antes consideradas paradigmáticas, como las de EEUU y algunas de Europa Occidental. En parte ello se debe a una creciente polarización ideológica y a que en Europa la integración política no avanzó al ritmo de la integración económica. La democracia –afirma Rodrik– requiere ser repensada.