Lo conocí hace más de 40 años, al regreso de estudiar. Nieto del innovador Fermín Tangüis, máster en Ingeniería Eléctrica del MIT, Walter era agricultor por linaje, también había invertido en el sector pesquero y se había asociado con José Valdez para formar la firma consultora de ingeniería que llevó inicialmente sus apellidos. Despojado de tierras y fábricas por la reforma agraria y la estatización de la pesca, volcó su energía a liderar el notable desarrollo que Cosapi tuvo desde esa década. Un día, me crucé con él por la calle y en pocas cuadras me convenció de incorporarme a P. y V. Ingenieros S.A.
Lo primero de lo mucho que aprendí de él fue el arte socrático de preguntar bien. Fui el novel secretario de un comité de gerencia que se reunía cada semana puntualmente y sus pocas y precisas preguntas ayudaban a centrar lo esencial sobre el quehacer cotidiano de la firma. Me ejercité en la síntesis redactando esas actas. Las valoraba mucho.
Lo acompañé cuando, sorpresivamente, el general Francisco Morales Bermúdez, a quien poco conocía, lo convocó (1977) como ministro de Economía y Finanzas. Recuerdo aún su primera reunión con los equipos técnicos. “Yo de esto no sé mucho, me explican desde el inicio”. Y a su tercera pregunta, más de un experimentado economista empezaba a trastabillar. Le bastó un par de semanas para mapear con claridad el problema y para bosquejar una propuesta de solución resumida en un memo de pocas páginas que un gabinete confundido, falazmente ilusionado por un endeudamiento público ya insostenible, rechazó irresponsablemente, lo que ocasionó su renuncia y la mía a los 50 días en el cargo. Allí germinó la semilla de APOYO.
Incluso hoy, ante cualquier problema complejo, me suelo preguntar: ¿cómo lo analizaría Walter? ¿Cortaría este nudo gordiano o lo desanudaría? Y al enfrentar cualquier situación, el recuerdo de su lúcida racionalidad, así como de su estricto sentido del deber, me sirven de luminoso faro.