Abriendo la COP25, Antonio Guterres alertó: “el punto de no retorno del cambio climático se precipita hacia nosotros”. Requeriría el planeta de una pronta y significativa transformación en generación de energía, transporte y alimentos. Caso contrario, la vida de millones estaría en juego.
El concepto “emisiones-netas-cero” como objetivo ambiental es uno reciente. Antes de 2014, por ejemplo, no se le había mencionado en el Financial Times. Dicho año, cerca del 80 por ciento de la energía global provenía de combustibles fósiles. Dicho porcentaje no ha variado mucho durante el último lustro.
Hasta abril pasado, Greta Thunberg era una escolar sueca a quien sólo conocían sus familiares y amigos; y Alexandra Ocasio-Cortez, una activista newyorkina del montón. Hoy, sus rostros requieren poca introducción en los noticieros de todo el mundo.
En Londres, manifestantes del grupo Extinction Rebellion indujeron al Parlamento Británico a aprobar una norma que establece el “emisiones-netas-cero” como objetivo nacional para 2050. Para que ello sea posible, tendría que aplicarse una reingeniería drástica de la mayor parte de los sectores productivos. Tal vez, casi como frente a una guerra, con la coordinación de un ministro plenipotenciario “carbono-cero”. Basta recordar que China, a pesar de liderar el desarrollo de las energías solar y eólica, sigue siendo el país que más contamina en el planeta.
Greta Thunberg cruzó el Atlántico en un velero. Se negó a tomar un avión por el efecto contaminante de los vuelos. Del Acuerdo de París, las aerolíneas salieron bien libradas porque se escabulleron hábilmente de los compromisos ambientales implícitos. Actualmente, hay 50 por ciento más vuelos que una década atrás y al año se venden 4 500 millones de pasajes. Una pregunta válida sería: ¿Qué sobrecargo debería incluir el precio de los pasajes para facilitar los recursos y acciones que asegurarían que los vuelos, en su conjunto, puedan ser cero-carbono? Según algunos cálculos, podría alcanzar al triple. Un ajuste así, de un día para otro, ¿Qué efecto tendría en las crecientes expectativas de la clase media global? en la industria del turismo? en las economías de países como España y México? Hay alternativas para enfrentar la emergencia climática; pero son así de drásticas. Lo que escasea es claridad ante la dinámica del proceso y voluntad política para la transición.
En cuanto al alimento, el costo climático de la dieta per cápita de carne es elevado. Se siguen talando árboles que absorben carbono para dar el espacio a vacas que emiten metano, un gas de invernadero más potente que el CO2. El año que concluye, se registró en bolsa la empresa Beyond Meat. En agosto, KFC ofreció, en sus locales ubicados en Atlanta, nuggets vegetarianos que simulaban la carne de pollo con insumos provistos por tal empresa. Fue un éxito sorprendente. Aunque la transición no será fácil. El consumo global de carnes rojas aumenta más de 6 por ciento al año. Pero hay pronósticos que predicen que sus sustitutos tomarán el 10 por ciento del mercado de carnes en una década.
En 2005, las NNUU publicaron una Evaluación de los Ecosistemas del Milenio, un sesudo estudio que tomó 4 años hacer y en el cual colaboraron 1,300 expertos de 95 países. Algunos de sus escenarios más preocupantes describían un mundo fragmentado, el descrédito de instituciones internacionales, crecientes barreras al comercio global y un empeoramiento del cambio climático como resultado de sorpresas ambientales crecientes.
No es muy distinta la realidad que nos toca hoy vivir. Por ello, se requiere empezar a actuar.