Ha existido, desde la era victoriana hasta los baby boomers, una marcada presión social en los jóvenes para que tempranamente asuman la adultez, definida por la conclusión de sus estudios, la obtención de algún empleo para el sustento, el matrimonio y la formación de una familia.
La generación X se ha resistido a aceptar esta presión. Comparados con los baby boomers, un estudio reciente revela que los X, a los 25 años, tenían el doble de probabilidad de seguir estudiando, un 50% más seguía recibiendo asistencia financiera de sus padres y sólo la mitad se había casado.
Por razones que no sólo obedecen a cambios en el mercado laboral, las generaciones jóvenes vienen extendiendo, quizá de los 25 a los 35 años, la asunción plena de la adultez, como una virtual extensión de la adolescencia. Algunos de sus mayores critican esta conducta por considerarla un relajo de las responsabilidades y del carácter.
Lawrence Steinberg -autor de The Age of Opportunity- no está de acuerdo. Para él, la adolescencia, si bien constituye una etapa vulnerable, se caracteriza por una elevada plasticidad del cerebro, en el cual las nuevas experiencias y oportunidades y los diversos desafíos contribuyen a desarrollar capacidades inéditas. Resulta la etapa vital en la cual se aprende más del entorno social.
Con la asunción plena de la adultez, el cerebro pierde plasticidad y sensibilidad ante los estímulos externos. La vida se vuelve una más fija, más habitual.
¿Puede extenderse a voluntad la ventana de plasticidad de una ‘ mente adolescente’ o ella está prefijada biológicamente? Steinberg no tiene una respuesta a esta pregunta, pero cree que puede depender de la inteligencia de cada cual. ¿Ganan o pierden quienes a los 30 años no han sentado aún cabeza? Parece que a aquellos dispuestos a proyectar su vulnerabilidad y asumir los riesgos, atendiendo desafíos estimulantes muy variados, la postergación de la adolescencia podría resultarles productiva en el largo plazo.